El querer tener siempre la razón

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La sana convivencia con nuestra familia, compañeros de trabajo y con los demás, es una fuente de salud física y emocional, y uno de los placeres más agradables que nos ofrece la vida. Pero cuando queremos tener siempre la razón, esa fuente de agua pura se ensucia y todo lo echa a perder.

No es posible una armoniosa convivencia humana si el otro, o nosotros, persistimos en la actitud de querer tener siempre la razón. La saludable convivencia solamente puede darse cuando somos capaces de escuchar al otro, y que él también nos escuche, y que reine un clima de respeto mutuo.

“Es fácil temer, pero penoso; respetar es difícil, pero más dulce” (Goethe).

En todas las relaciones interpersonales, es absolutamente normal que surjan discrepancias; la conformación permanente de criterios sería sospechosa. Todos somos distintos, y lo normal es que nuestro criterio a veces discrepe del otro. Pero el problema no radica en esta diferencia de criterios, sino en nuestra incapacidad para comprender el “punto de vista del otro”. Si somos capaces de comprender, nos resultará más sencillo poder llegar a un buen entendimiento con los demás.

Pero con frecuencia, a toda costa queremos tener la razón, y si no nos la dan, la exigimos de manera irracional, la reclamamos con dureza, o nos retiramos heridos y resentidos. El problema radica en nuestra “Intransigencia”. La intransigencia consiste en querer mantener nuestra opinión a toda costa, tengamos o no razón; somos intransigentes cuando nos resistimos a cambiar de opinión, a persistir en nuestra idea con severidad y obstinación.

Cuando somos intransigentes, a falta de argumentos sólidos, elevamos el volumen de la voz, nos irritamos, y hacemos gestos de todo tipo, rechazando la opinión del otro. Y en cuanto más persistimos en gritar y enfurecernos, más creemos tener la razón, por lo que nos cerramos por completo a los puntos de vista del otro.

En el matrimonio y en la relación con nuestros hijos, esta actitud de “cerrazón”, es causa de muchos conflictos y hasta de graves catástrofes. El que se cierra, en el caso de una pareja, puede ir minando el amor de su pareja, a tal grado, que el amor que una vez existió, se evapora y se pierde en la nada. Cuando los hijos necesitan como el aire para respirar de la comprensión de sus padres, y uno o ambos de sus progenitores no le interesa el punto de vista de su hijo (pues el padre siempre tiene la razón), puede perder a ese hijo para siempre. La adicción a las drogas, alcohol, y a la vagancia de un porcentaje de los hijos, se debe a esta causa: el hijo no puede dialogar sanamente con sus padres, pues uno o ambos, siempre quiere y exige tener la razón, aun cuando le destroce la vida a su hijo.

El que siempre quiere tener la razón es un mal compañero de trabajo. Ante la menor discrepancia del otro, se enoja, insulta, o simplemente se retira con enfado. Cuando una persona asume esta actitud, lo más probable es que esa persona llegue a ser temida por sus compañeros de trabajo, pero muy difícilmente será respetada, y mucho menos, amada.

Critilo nos dice que no hay que confundir a la persona con un carácter fuerte o muy fuerte, con aquella persona que tiene “mal carácter”. De hecho, las personas con un carácter fuerte, son muy proclives a la conciliación y al buen entendimiento con los demás. En cambio, el de “mal carácter”, carece siempre de “carácter fuerte”. El de mal carácter se mueve como una hoja sacudida por el más ligero viento.

El mal carácter se revela por la testarudez, la obstinación, el enojo frecuente y sin causa, y una palmaria incomprensión hacia los demás.

Todos debemos hacernos el propósito de enmendar nuestra irracional exigencia de querer tener siempre la razón. Esta actitud no denota firmeza ni carácter, sino todo lo contrario. Si en serio nos proponemos cambiar de conducta, mejoraremos enormemente las relaciones con nuestra pareja, hijos, compañeros de trabajo, y con todos los demás. Recordemos, que es prácticamente imposible llegar a un óptimo estado emocional si no somos capaces de comprender al otro y de ponernos en sus zapatos.