Vlad Tepes: "El Empalador"



“Las estacas cubrían toda Europa. El miedo todo lo justificaba”.
Joan P. Covlianov



Vladislav III nació en la ciudad rumana de Sighişoara (Transilvania), el 8 de noviembre de 1431 y murió en batalla el 14 de diciembre de 1476, en las cercanías de Bucarest. Era hijo del príncipe conocido como “Drakul”, que significa “Dragón”; de hecho, su escudo era el ouroboros: un dragón mordiéndose la cola, devorándose a sí mismo.



El Escudo del Dragón


Fue incluido en la Orden del Dragón de manos de Segismundo de Luxemburgo, también rey de Alemania, Bohemia y Hungría, en 1428. Dado que en la mitología rumana no existían los dragones, por analogía fonética de "Drac" (dragón en húngaro) pasó a ser conocido como "Drakul", que en rumano significa “Demonio”.



El Príncipe Drakul


La traumática infancia de Vlad fue determinante a la hora de formar su futuro como príncipe. Incluso cuando estaba prisionero o en el exilio, se dedicaba a torturar y mutilar pájaros y otros animales pequeños, como ratones y ardillas, y llegó a empalarlos vivos como diversión.



Muchos le decían “Drăkulea”, que quiere decir “El Hijo de Drakul” o “El Hijo del Demonio”. Con los años, el nombre se convertiría, fonéticamente, en “Drácula”.



A los trece años, en 1444, Vlad fue entregado por su padre a los turcos como rehén junto con su hermano Radu, como muestra de sumisión al Sultán y como garantía. Fue criado por el mismo Murat II (padre de Mehmet II, el cual lo tuvo como a un hermano) en ciudades como Adrianópolis, Egniojsor, Ened y Ninfamén, siendo el propósito evitar una nueva traición por parte del padre de Vlad.



Cuando volvió del exilio, su padre, Drakul, había muerto apaleado, y a su hermano Mircea le quemaron los ojos con un hierro al rojo antes de enterrarlo vivo. Ambos hechos fueron ordenados por los Boyardos (la aristocracia local), a los cuales Vlad tuvo desde entonces odio eterno.



Los turcos lo apoyaron hasta convertirlo en príncipe de Transilvania, pero sólo durante unos meses. Después se convirtió en el rey de Valaquia. Esto ocurrió en 1448, pero los húngaros lo expulsaron por órdenes de Johann Hunyadi, comandante en jefe de los nobles de Hungría, antiguo aliado de su padre.



El reino de Valaquia (click en la imagen para ampliar)


Durante ocho años, Vlad estuvo viajando por los lugares limítrofes de Valaquia buscando apoyo. Se sabe que en este tiempo contactó y trabó amistad con Esteban de Moldavia, quien le ayudaría en el futuro contra los turcos cuando se convirtió en comandante de la milicia de su país. Además aprendió varias tácticas político-militares.



Cuando supo que los turcos habían sido rechazados por los húngaros, se lanzó al ataque para tomar el poder que ostentaba su padre. Junto con un contingente de Transilvania derrotó al comandante e hizo que lo ejecutaran en la plaza pública de Tirgoviste, justo donde había muerto su hermano. Una vez convertido en príncipe, en 1456, los reinos cristianos lo reconocieron como tal.



La región dominada por Vlad el Empalador (click en la imagen para ampliar)


Un delegado papal en la corte húngara lo describió así:

"No era muy alto, pero sí corpulento y musculoso. Su apariencia era fría e inspiraba cierto espanto. Tenía la nariz aguileña, fosas nasales dilatadas, un rostro rojizo y delgado y unas pestañas muy largas que daban sombra a unos grandes ojos grises y bien abiertos; las cejas negras y tupidas le daban aspecto amenazador. Llevaba bigote, y sus pómulos sobresalientes hacían que su rostro pareciera aún más enérgico. Una cerviz de toro le ceñía la cabeza, de la que colgaba sobre unas anchas espaldas una ensortijada melena negra”.



Vlad se hizo famoso por tres cosas: su increíble arrojo y valentía, su implacable sentido de la justicia y su extraordinaria crueldad, capaz de llamar la atención incluso en aquellos tiempos sangrientos.



Al menos cien mil personas murieron empalados durante los siete años que duraron sus sucesivos reinados: enemigos, traidores, delincuentes de todo tipo y las familias de todos ellos, incluyendo a los bebés, y a elementos de su propia milicia que merecían ser castigados.



Vlad fue despiadado y en las ciudades donde no lo aceptaban se realizaban ejecuciones por empalamiento de hombres, mujeres y niños, como en los casos de Kronstadt y Hermannstadt, ambas ciudades habitadas por colonos alemanes que no querían comerciar con él o que no querían pagarle tributo.



Con ello inició su carrera de brutales masacres, entre las que se le atribuyen el exterminio de cien mil personas entre 1456 y 1462, hechos detallados en documentos y grabados de la época, que pusieron de manifiesto su gusto por la sangre y el empalamiento, por lo que se le comenzó a llamar Vlad Ţepeş o Tepes (se pronuncia tse'pesh), que en rumano significa “Vlad el Empalador”, nombre que pronto sustituyó al de “Drăkulea”.



Una de sus acciones de empalamiento masivo fue en su venganza contra los boyardos, asesinos de su padre y de su hermano mayor. Vlad llevó a cabo esta venganza en la Pascua de 1459, invitando a los boyardos a una gran cena de Pascua, pidiéndoles a estos que se pusieran sus mejores galas. Cuando terminaron de cenar, Vlad mandó empalar a los más viejos, mientras que a los jóvenes los obligó a ir hasta Târgoviste, hasta un castillo en ruinas que había en un monte cercano al río Arges. Los boyardos fueron a pie y muchos perecieron en el camino, pero los que llegaron aún con vida, fueron obligados a construir el castillo de Vlad en Transilvania. Sus preciosas ropas de gala quedaron convertidas en harapos mientras, obligados a construir el castillo, iban muriendo de cansancio y hambre a través de los meses, ante el deleite de Vlad.



El Castillo de Vlad el Empalador





A Vlad el Empalador le gustaba organizar empalamientos multitudinarios con formas geométricas. La más común era una serie de anillos concéntricos de empalados alrededor de las ciudades a las que iba a atacar. La altitud de la estaca indicaba el rango que la víctima había tenido en vida. Con frecuencia, Vlad dejaba los cadáveres pudriéndose durante meses. Un ejército turco que pretendía invadir Rumania se volvió atrás, aterrado, cuando encontró a varios miles de empalados descomponiéndose en lo alto de sus estacas, a ambas orillas del Danubio.



Sus técnicas de empalamiento eran variadas. En la primera, se introducía una estaca afilada de 3.50 metros de largo por el ano del condenado, atravesándolo y destrozando los órganos internos; la estaca pasaba a través de la garganta y salía por la boca. Luego era izada y clavada en el suelo. Estos eran los que morían más rápido. La segunda consistía en clavar la estaca afilada en el piso, elevar a la víctima y meter la estaca afilada en la ingle, en los testículos o en la vagina, soltando luego al prisionero para que su propio peso lo clavara; estos prisioneros podían estar horas en agonía gritando, desangrándose lentamente, con la estaca desgarrándolos internamente con cada movimiento que hacían, hasta que finalmente morían.



La tercera técnica era clavar una estaca afilada en el piso y luego atravesar al prisionero como si fuera un insecto, metiendo la estaca por la espalda para que saliera por el pecho o por el estómago; así sufría más y podía demorar tres días en morir. La última técnica consistía en empalarlos con estacas sin punta: esto causaba el sufrimiento más atroz y prolongaba la agonía a veces más de diez días.



Otra de sus actuaciones en su reinado fue cuando la población se quejó de los continuos robos que sufrían por parte de ladrones y asaltadores en sus territorios, además de los pobres, que según Vlad no aportaban nada al país. Para erradicar esto propuso un gran festín en una gran casa de las afueras de las ciudades para pobres, ladrones, tullidos, leprosos, enfermos, pordioseros, en donde las grandes viandas y el vino estaban por doquier. Cuando ya todos estaban borrachos e indigestos, Vlad y su guardia se plantaron en la casa y preguntó a todos los allí reunidos si querían una vida sin privaciones ni preocupaciones y que todos los días se dieran festines como aquel, a lo que los mendigos y demás personas respondieron que sí y que había sido el mejor día de sus vidas. Vlad les sonrió y mandó a sus soldados que cerraran todas las puertas de la casa y prendieran fuego sobre ella. Nadie quedó con vida. Eliminó la pobreza acabando con los pobres. Estas atrocidades se fueron repitiendo con todos los mendigos en cada comarca de su principado. Llegaron a morir 3,600 indigentes y ladrones.



El siguiente grupo improductivo con el que quiso acabar fue el de los gitanos. Vlad reunió a trescientos de una comarca, mandó que asaran vivos a los tres líderes para que los demás se los comieran o a cambio se alistaran en el ejército para luchar en el frente turco; si no querían, todos serían asados. Los gitanos optaron por ir a la guerra.



Vlad Ţepeş luchó y descargó su brutalidad además contra cristianos y musulmanes, sin discriminar a nadie. Dependiendo lo que le convenía en cada momento, luchaba contra aquel que le hiciera pagar tributos. Ambos lo tenían por un maldito, quedándose él en una posición intermedia, obligando a musulmanes de su país a luchar contra los musulmanes turcos, y a los católicos a matar ortodoxos.



El Día de San Bartolomé de 1459, Vlad hizo empalar a la mayoría de los sajones de Brasov, una región transilvana que se había rebelado contra él apoyando al pretendiente Dan II, junto con desleales húngaros y rumanos. A continuación organizó un festín en el centro de lo que denominó “El Bosque de los Empalados”. Este peculiar "Bosque" era un valle donde se habían talado todos los árboles para obtener estacas suficientes donde empalar a más de 23,000 prisioneros turcos, húngaros, rumanos, búlgaros y colonos alemanes, junto con sus familias. Hombres, mujeres y cientos de niños fueron empalados allí, repartidos por todo el valle. Los gritos de dolor de miles de personas se escuchaban; personas enloquecidas de dolor, muchas de ellas ubicadas frente a la tarima donde un verdugo descuartizaba lentamente a los cabecillas de la sublevación y a sus familias. La peculiar celebración duró hasta muy entrada la noche, cuando, para iluminarse, Vlad y su ejército prendieron fuego a la ciudad, ante los ojos de 30,000 agonizantes ciudadanos.



“El Bosque de los Empalados” (click en las imágenes para ampliar)


Incluso a los que no mandó empalar los amontonó e hizo que sus soldados los mataran a sangre fría con espadas, picas y cuchillos. De este hecho dejó constancia escrita el propio Vlad, ya que mandó una carta el día 11 de enero de 1462 al rey de Hungría, Matías I Corvinus, en la que escribió que había empalado a más de 20,000 personas; luego afirmaba que sabía bien la cifra, ya que fueron cortando la cabeza a cada uno para facilitar el recuento. Además de la carta también envió al rey húngaro dos grandes sacos con orejas, narices y cabezas de sus víctimas. Poco después atacó a la ciudad de Tara Birsei, en donde también hubo varios empalamientos.



Al año siguiente arrasó las ciudades de Amlas y Fagaras por rebelión, resultando la gran mayoría de sus habitantes empalados, quemados o muertos en combate. Estas ciudades tardaron varias generaciones en recuperar su población, quedando desiertas algunas poblaciones durante un siglo. Vlad Ţepeş, al firmar la paz con Transilvania, pidió que este principado no debería acoger a ningún enemigo y tenía que pagarle 15,000 florines.



Vlad se vio atacado en 1460 por el anterior gobernante, Dan II, quien quería expulsarlo y recuperar el poder. Para ello se sirvió de un ejército transilvano de poco más de un millar de soldados, pero fue derrotado y capturado. Vlad obligó a Dan II a que asistiera a sus propios funerales y después cavara su tumba, antes de ejecutarlo sádicamente. A la muerte de Dan II hubo un nuevo pretendiente al principado que fue Vlad Caragarul, hermanastro de Vlad Ţepeş. Ese mismo año 10,000 hombres fueron empalados en Sibiu.



En 1461 derrotó al comandante turco Hanza en una emboscada en la frontera con los turcos en las orillas del Danubio. Tras capturar al turco, le cortó los pies y las manos y lo dejó en la frontera, para que sus compatriotas lo recogieran.



En 1461 Mehmed II, el conquistador de Constantinopla, volvió a la susodicha ciudad enfermo de violentos vómitos ante la visión del “Bosque de los Empalados”.



Aunque el empalamiento era, evidentemente, la diversión favorita de Vlad Ţepeş, también gozaba con la aplicación de otros tormentos a quienes de un modo u otro le habían hecho enfurecer, normalmente en la intimidad de sus castillos. Entre los métodos de tortura favoritos del Príncipe de Valaquia se contaban también la amputación de miembros, narices y orejas; el vaciado de ojos con ganchos; el estrangulamiento; la muerte en la hoguera; la castración; el desollamiento; la exposición a los elementos o a fieras salvajes; la parrilla y la lenta destrucción de pechos y genitales, especialmente de las mujeres.



Muchas historias crueles ocurrieron durante su reinado. A unos mensajeros turcos les preguntó por qué eran tan irrespetuosos y no se sacaban el turbante ante su presencia. Los mensajeros respondieron que no acostumbraban a hacerlo. Vlad los devolvió a Estambul con los turbantes clavados a los cráneos, para que nunca se los sacasen.



Vlad y los mensajeros turcos


Otro día, un comerciante florentino se presentó en su castillo para denunciar que le habían robado una bolsa de monedas de oro. Vlad le dijo que volviera al día siguiente. Cuando el mercader retornó, los ladrones y todos los miembros de sus familias estaban empalados en el patio de castillo. Frente a ellos, Vlad le regresó la bolsa robada. Le pidió al comerciante que contara las monedas de la bolsa, para comprobar si faltaba alguna. El aterrorizado extranjero las contó cuidadosamente y musitó: “Sobra una”. Vlad le contestó: “Tu honradez te ha salvado. Si hubieras intentado quedártela, habrías acabado en la estaca más alta, junto con éstos”.



En otra ocasión, unas caravanas de comerciantes alemanes no se detuvieron en Valaquia para comerciar con Vlad. Éste, al enterarse de la falta de respeto hacia él y su pueblo, mandó capturar las caravanas y asesinar a los seiscientos comerciantes que las componían, exceptuando a dos: a uno de ellos le sacó los ojos y a otro le cortó la lengua, y los hizo volver con las cabezas de los comerciantes muertos a Alemania.



Un día, cuando Vlad paseaba con un monje junto al “Bosque de los Empalados”, éste le dijo en tono burlón que el hedor era insoportable. Vlad se enfureció; ordenó que empalaran al monje en el palo más alto que hubiera. Cuando el monje agonizaba entre alaridos de dolor, el príncipe le preguntó si allí arriba olía mejor.



Cuando Vlad fue de visita a un pueblo de Valaquia, vio como dos monjes le pedían limosna. El príncipe les preguntó por qué pedían limosna si podían vivir sin penurias colaborando en cualquier iglesia y éstos le respondieron que mendigando podrían saber si iban a entrar o no en el reino de los cielos, a lo que Vlad sin más miramientos, les mandó empalar y les dijo que así sus dudas quedarían resueltas de inmediato.



Vlad tuvo muchas amantes a lo largo de su vida, probablemente debido al hecho de que le duraban muy poco. Un día que Vlad estaba de mal humor, una de sus amantes le dijo para complacerlo que estaba embarazada de él. Vlad envió a una matrona para que la examinase y cuando ésta le dijo que no había tal embarazo, Vlad le rajó el vientre a su amante gritando que quería ver el fruto de sus entrañas. Castigó duramente el adulterio y no dudó en empalar a todas aquellas mujeres que fueran acusadas de ello.



En una ocasión, Vlad se encontró con un hombre astroso trabajando en el campo. Al preguntarle si no estaba casado, éste le dijo que sí. Vlad hizo traer a la mujer y le preguntó qué hacía; la mujer le dijo que lavar, hacer el pan y coser. Señalando a las ropas de su marido, Vlad no le creyó y decidió empalarla a pesar de que el esposo afirmaba estar contento con ella. Luego obligó a otra mujer a casarse con este hombre, no sin antes amenazarla con el mismo destino si no cuidaba bien del campesino.



También puso en una fuente de la plaza de Tirgoviste, la capital de Valaquia, una copa de oro macizo para que todo el mundo bebiera en ella, pero advirtiendo que aquel que la robara se sometería a la justicia del príncipe. Durante todos los años de su reinado, nadie osó robar la copa de oro. Tras su muerte, la copa de oro siguió durante un largo período en la fuente, debido al temor que había infundido Vlad en los habitantes.



Vlad hizo y deshizo alianzas tanto con turcos como con húngaros siempre por los intereses de su patria, Valaquia. Durante todo su reinado se caracterizó como un auténtico patriota y siempre defendió los intereses de su pueblo, ya que tanto húngaros como turcos miraban a sus territorios como región a conquistar.



Casi siempre contó con un ejército reducido y muchas veces utilizó las tácticas de la guerrilla. Usaba la técnica de “tierra quemada”, envenenaba los pozos de agua y mandaba enfermos de tuberculosis a los campamentos turcos.



Capturado en una batalla, Vlad Ţepeş recuperó su libertad en 1473 y su trono el 11 de diciembre de 1476, gracias al apoyo real húngaro obtenido.



Su última acción fue tres días después, cuando se lanzó a atacar a los turcos. Estos habían preparado otro gran ejército para conquistar Valaquia y poner en el poder a Basarab Laiota. Los turcos estaban apoyados otra vez por los nuevos nobles boyardos, quienes les dejaron vía libre para penetrar en Valaquia.



Fue Basarab quien se lanzó contra Vlad en una emboscada en la que murió éste y la mayoría de su guardia personal de moldavos, de los que sólo quedaron diez soldados. Murió luchando con un ejército de tan sólo doscientos hombres contra un ejército de 120.000 turcos, algo que había hecho antes varias veces con éxito.



Su cabeza fue entregada a los turcos, quienes la exhibieron como trofeo, colgada de una estaca en el centro de Estambul. Su tumba está en un pequeño convento del lago Snagov, cerca de Bucarest, donde hay inscripciones y diferentes retratos de él. Sus hechos fueron inmortalizados por el juglar alemán Michel Beheim, en su obra poética Von ainem wutrich der hies Trakle waida von der Walachei en 1463.



La tumba de Vlad Ţepeş


Justicia y sadismo, sangre y tortura, el “Bosque de los Empalados” y valentía sobrehumana. Los historiadores que defienden a Vlad el Empalador como un héroe nacional destacan que, en aquel tiempo y lugar, el ejercicio del terror total era la única manera de mantener a raya a las fuerzas abrumadoramente superiores que, desde un lado y otro, se disputaban las puertas de Europa y de Asia.



Desde esta perspectiva, Vlad Ţepeş fue un hombre de su tiempo, con la moral de su tiempo e incluso dotado de un sentido de la justicia y el patriotismo poco usual para una época tan convulsa, quien hizo lo necesario para acobardar a los masivos ejércitos extranjeros y a los desestabilizadores del interior.



Placas conmemorativas sobre Vlad Ţepeş




Siglos después de su muerte, en la literatura y el cine fue el modelo del género de terror y del vampirismo, ya que una leyenda tardía afirma que bebía la sangre de sus víctimas en copas mientras comía delante de los empalados.



Juguetes basados en Vlad el Empalador




Su sádica personalidad la tomó el escritor Bram Stoker como modelo para su novela Drácula, realizada en 1897, que poco o nada tiene que ver con el personaje histórico.



Portada de la primera edición de la novela Drácula, de Bram Stoker (1897)


De esa obra se harían innumerables imitaciones, versiones fílmicas y teatrales, y reforzaría el mito del vampiro en el imaginario colectivo mundial. Pero el impacto del conde hematófago arrojó una sombra de ignorancia sobre el personaje histórico, mucho más temible que el transilvano literario.



Vlad Ţepeş convertido en el vampiro Conde Drácula





En 1976, el gobierno comunista del cruel dictador Nicolae Ceauşescu declaró a Vlad Ţepeş “Héroe de la Nación” al cumplirse el Quinto Centenario de su muerte. Era la recuperación de un pasado de gloria sangrienta, el revisionismo histórico al servicio del comunismo de ala dura.



Monedas conmemorativas: la efigie de Vlad y su Castillo en Transilvania




A lo largo de los años, Vlad el Empalador ha inspirado pinturas (su rostro fue retomado por varios artistas para ubicarlo en situaciones que no tenían que ver con él), esculturas, canciones, juguetes, obras literarias, películas y canciones.



Ilustración de Rocko



Historieta sobre Vlad el Empalador



Su castillo es una atracción turística. Pero sobre todo su figura es, con mucho, una de las que producen más horror pese a los siglos transcurridos desde su muerte.