Nelson "Nelsito" Castro: "La Bestia del Zulia"

Fuente: Escrito con Sangre.com

 

“La noche desciende emulando estrellas rojas,
sangrientas así por cada óbito mortal...”

Fragmento de “Los tiempos sin luz”, poema escrito por Nelson Castro tras su huida

Nelson Andrés Castro Padrón, a quien siempre llamaron “Nelsito”, nació en Maracaibo, estado de Zulia (Venezuela), en 1990. Tuvo una infancia feliz, aunque sus padres estaban divorciados. Hermano menor de dos hijos, tuvo todo lo necesario gracias a su madre, Miriam Francisca Padrón, quien desde muy joven trabajó como azafata. Su padre, Nelson Castro, también estuvo siempre cerca de su hijo. Ya en su adolescencia, Nelson se aficionó al alcohol. Se la pasaba borracho y comenzó a descuidar los estudios. Le gustaba vagar por las calles, realizar pequeños hurtos y vivir sin responsabilidades. A los catorce años, se unió a una secta satánica conocida como “Los Cacri”, que se fundó en Caracas y cuyo lema era pueril: "Odio a Dios, odio a la patria y odio a la familia". Nelson tomó muy en serio su filiación satanista y se dedicó a planear una manera de complacer a Satanás. Miriam estaba muy preocupada por el comportamiento de su hijo. Había hecho los trámites necesarios para que estudiara en un internado de la zona norte de Maracaibo. Nelson se resistía a aceptar la propuesta de su madre y ella se mostraba confundida. Para ella, los amigos de Nelson, en la urbanización El Naranjal, eran una pésima compañía para el muchacho. Andaba desesperada porque a causa de su trabajo no podía vigilar los pasos de Nelson. Tan preocupada vivía, que lo había enviado a Caracas, a la casa de sus hermanas, durante una temporada. "Mi hijo se me está saliendo de las manos", le confesó Miriam a una amiga. Pasaría una semana antes de que aquella afirmación quedara plenamente comprobada.

Miriam Padrón

El jueves 10 de agosto de 2005, en el edificio Tacarica II de la avenida 10 con calle 73, Nelson Castro tomó su decisión. Descolgó el teléfono, marcó un número y alguien levantó el auricular del otro lado, sin decir nada. Nelson dijo: “Alejandro, voy a matar a mi mamá”. Después colgó sin que hubiera respuesta del otro lado. Capturó una paloma a la que, aún viva, le arrancó los ojos y le sacó las vísceras. Luego la metió en un sobre de papel manila, que colocó sobre una repisa, en la cual tenía un altar dedicado a Satanás y otras figuras malignas de la religión católica. Colocó fotos de un amigo suyo y retratos de su madre junto con ropa interior femenina manchada de sangre menstrual. Tomó también un muñeco de peluche con la forma de un gorila, le ató las manos y los pies con un cordel, y le clavó docenas de alfileres. Allí también puso un cuaderno con textos escritos en latín. Remató el cuadro con un cuenco lleno de sangre de cerdo.

Algunos de los objetos encontrados en la escena del crimen

En otro sitio de la ciudad, Lisseth del Valle Quintero Jiménez se había despedido de su compañera Howmarlyn González, en la sede de la universidad Rafael Belloso Chacín, junto a la Plaza de Toros. "Serían como las ocho de la noche cuando se despidió, ya que iba a estudiar para un último examen que tenía pendiente", recordó Howmarlyn. "Si de repente ella se hubiera quedado con nosotros en la universidad, todo esto no habría ocurrido. Pero a ella no le gustaba perder tiempo, le encantaba estudiar", aseguró su amiga. "Me siento muy mal". Lisseth era una chica de veintitrés años, que trabajaba con Miriam Padrón, ayudándola con algunas tareas domésticas. Tras salir de la escuela, se dirigió al edificio donde Miriam y Nelson vivían, sin sospechar siquiera lo que estaba por ocurrir.

Lisseth del Valle Quintero Jiménez, poco antes de su muerte

Cuando llegó su madre, Nelson esperó a que estuviera en su recámara, recostada; ella leía un libro cuando su hijo entró. Ni siquiera medió discusión alguna: Nelson lanzó un grito ritual, se le fue encima con un cuchillo y se lo clavó en el estómago. La mujer intentó protegerse dándose la vuelta sobre su estómago, pero Nelson se subió a la cama, la rodeó con sus piernas y siguió apuñalándola. Hundió el acero treinta y siete veces, dos de ellas en el rostro de su madre. Cuando al fin se detuvo, la sangre manchaba la cama, el libro, la duela, el buró y las paredes. Nelson se levantó y se dirigió a su cuarto, para buscar ropa limpia.

El cadáver de Miriam Padrón

Pero su madre estaba viva. Herida de muerte, Miriam aún logró caminar hasta el teléfono que había en un pasillo. Sus huellas quedaron en el cable y el auricular. Nunca se supo si logró o no comunicarse con alguien. Luego, increíblemente, regresó a la habitación y se tendió en su cama para morir. Tenía apenas cincuenta y tres años. Mientras tanto, Nelson se metió al baño y comenzó a ducharse. Se bañó para quitarse la sangre y los restos de carne y vísceras que tenía por todos lados: los brazos, la cara, las manos.


En ese momento, Lisseth llegó a la casa. Entró y se encontró con un cuadro aterrador: Miriam estaba muerta, destrozada sobre su cama, y la sangre empapaba el departamento. Presa del pánico, comenzó a gritar mientras tomaba sus llaves. Se dirigió a la puerta de salida, pero Nelson la alcanzó; había escuchado sus gritos y salió corriendo, desnudo, de la ducha. La tomó de los cabellos y le dio un empujón tremendo. Lisseth intentó defenderse, pero Nelson, poseído de un extraño frenesí, le dio un fuerte golpe en el maxilar. Lisseth quedó aturdida y eso fue suficiente para que pudiera completar su macabra tarea. Nelson utilizó en ella el mismo cuchillo con el que había matado a su madre; lo hizo hasta que este estaba tan resbaladizo a causa de la sangre, que fue a buscar otra cosa. Tomó una daga y unas tijeras, y con ellas le cortó a Lisseth la garganta. Le clavó la daga en los ojos. Fueron treinta y tres puñaladas. La joven no tardó mucho en morir. Cuando se aseguró de que estaba muerta, Nelson le cortó los jeans, de abajo hacia arriba, le quitó la blusa y le corrió el brassier para dejarla desnuda. Él mismo estaba sin ropa, así que comenzó a poseer el cadáver de la joven; siempre la había deseado, y la necrofilia era también un buen tributo para el Señor de la Oscuridad.

El cadáver de Lisseth Quintero

Cuando terminó, Nelson colocó a Lisseth con las piernas abiertas y los brazos extendidos, formando una estrella de cinco puntas, incluida su cabeza: era el pentagrama, un símbolo de la cabeza del macho cabrío, usada para representar al demonio. En sus manos, la chica aún tenía sus llaves. En el automóvil gris de Miriam, la policía encontró cuatro pantaletas y un bikini impregnados de sangre. Extrañamente, el bikini no pertenecía a ninguna de las dos mujeres.

Nelson se bañó de nuevo y después se vistió. Tomó una mochila, puso en ella varias cosas, agarró su cartera y se alistó para marcharse. Pero antes hizo una segunda llamada telefónica: “Alejandro, ya maté a mi mamá”, dijo desde el teléfono del departamento a su siempre callado interlocutor. "Ojo con esto, porque ahora serán realizadas muchas detenciones para buscar supuestos culpables". Después colgó. ¿Quién era “Alejandro”, el misterioso interlocutor que recibió las dos llamadas esa noche? La policía no pudo localizar el número que Nelson marcó, pero las dos llamadas quedaron grabadas en la contestadora. Es un hecho que hubo alguien del otro lado del teléfono, que escuchó atentamente las palabras de Nelson en las dos ocasiones, sin decir absolutamente nada. Pero la identidad de aquel extraño personaje nunca fue esclarecida, y Nelson se negó a hablar del asunto.


Tras la llamada, Nelson visitó el cementerio El Cuadrado. Fue el primer punto: el joven asesino inició una vertiginosa travesía que se extendió durante setenta y dos horas, supuestamente para esconderse de las autoridades. Tiempo después, el periódico venezolano Panorama reconstruyó hora a hora el itinerario de Nelson, visitando todos los sitios por donde él supuestamente pasó y hablando con las personas que lo vieron en su periplo. Fue a dos hospitales, a una farmacia, a La Redoma y de allí a una casa en la calle 2 del barrio 14 de Julio. La policía estaba tras de él y Nelson lo sabía; cuando se cansó de huir, se detuvo. Los agentes lo capturaron el domingo, tres días después del crimen, en el sector de San Isidro, en Maracaibo. No opuso resistencia. Mientras huía, Nelson escribió un extraño poema, que guardó en la mochila que lo acompañó durante su huida. Lo tituló “Los tiempos sin luz”:

“La piel del ocaso roza el huerto del numen,
se posa como escapulario en la ciudad
la hombría capital se vuelve delincuente
y despoja su brillo, entra en negro mar
la noche desciende emulando estrellas rojas,
sangrientas así por cada óbito mortal...”



Nelson atribuyó la responsabilidad del doble crimen "al Diablo"; el escándalo fue tan grande, que incluso llevó a la Conferencia Episcopal de Venezuela a anunciar que revisaría la presencia de sectas satánicas en el país. "El diablo pudo más que yo", confesó el joven al periódico Panorama, luego de ser capturado. Familiares y amigos de Liseth Quintero Jiménez acudieron a su sepelio en Cabimas.


Miriam fue velada en la funeraria San Alfonso, en el sector Santa María. Como tributo a su memoria fue vestida con el traje que ella tanto quiso: el de azafata, con el que surcó los cielos de Venezuela durante los veinte años que ejerció su profesión. Sus familiares vivían un dramático duelo, mientras seguían enterándose de los brutales detalles que rodearon el asesinato. El joven fue juzgado y condenado. Nelson Castro ingresó al reclusorio en agosto de 2005. Su padre pagó la mejor defensa para liberar a su hijo de la cárcel, pero no lo consiguió. “Nelsito, la Bestia de Zulia”, como la prensa ya lo llamaba, permanecería tras las rejas tres años y seis meses.

Yolenis Acosta, directora del albergue Cañada I, donde “Nelsito” estuvo recluido, se dejó seducir por la extraña personalidad del joven asesino. Al ser entrevistada años después acerca de Nelson, la funcionaria declararía a los periódicos:

“Nelson, al igual que muchos de los adolescentes que están pagando condena, no está preparados para enfrentarse a la sociedad que dejó hace tanto tiempo, especialmente en su caso, tan conocido y repudiado, pero es innegable la transformación del muchacho. El primer año de Nelson dentro del albergue fue muy difícil. Todos le temían, los demás muchachos y sobre todo sus representantes, pedían que lo mantuvieran lejos de los demás. Le decomisamos muchos libros de filosofía y psicología. Le encanta leer, pero no eran los contenidos más adecuados para su edad. Fue complicado sacarlo de su aislamiento. En una oportunidad dijo que extrañaba mucho a su madre. También inició su acercamiento con el padre. El señor comenzó a llamarlo y a visitarlo más.


“Nelson siempre fue visitado por su tía Zaida Padrón, hermana de Miriam. A él le encanta comer pescado, una vez le pidió a su tía que le trajera una cazuela de mariscos. La familia vino de visita y preparó ese plato, en nuestra cocina, para todos los muchachos. Fue una de las primeras veces que él compartió con todos. Los fines de semana fueron muy importantes para Nelson porque se reunía con un grupo de evangélicos para conversar acerca de su culto. Con ellos llegaba su novia, que también pertenece a la congregación cristiana. Se convirtió en un facilitador. Es muy inteligente, experto con las letras y los idiomas; se transformó en el ejemplo de muchos en el albergue”.



Sin embargo, su actitud cambió el 2 de diciembre de 2007, cuando se celebró una audiencia e increíblemente las autoridades le otorgaron el beneficio de “libertad bajo responsabilidad”, pero ninguno de sus familiares se responsabilizó por él. “Cayó en una gran depresión. Lloraba constantemente”, dijo su admiradora. Nelson llamaba por teléfono a su padre y le rogaba: “Papá, di que me quieres así sea mentira, dame la oportunidad de salir de aquí”. Otra de las frustraciones del criminal fue la relación con su hermano. “En su proceso de curación se le permitió hacer llamadas a los Estados Unidos para tratar de hablar con su hermano Michael, quien nunca lo perdonó”, dijo Yolenis Acosta.


En dos oportunidades, Nelson presentó todos los requisitos para recibir un beneficio libertario. La defensa consignó varios informes redactados por el equipo multidisciplinario que lo trató en La Cañada I, que aseguraban que su conducta era intachable. El 17 de noviembre de 2008, tras diez horas de deliberaciones, la jueza Hizallana Marín de Hernández, titular del Juzgado Primero de Primera Instancia en Función de Ejecución del Adolescente, finalmente tomó una decisión que le permitió a Nelson recobrar la libertad: recibió el beneficio de libertad asistida, contemplado en el artículo 626 de la Ley Orgánica para la Protección del Niño y Adolescente. Tenía dieciocho años de edad. El matricida abandonó la sede del Palacio de Justicia (ubicado en el centro de Maracaibo) en compañía de su padre, quien en adelante tandría que hacerse cargo de él. Ambos subieron, a las 19:45 horas, a una camioneta Hyundai verde.

El traslado

Al enterarse de la liberación del asesino de su hija, Efrén Quintero, el padre de Lisseth, declaró a los medios: “No tengo palabras para decir lo que estoy sintiendo, tan sólo tres años y seis meses para una persona que mató a su madre y a mi pobre hija, esto lo que demuestra es que en nuestro país no hay justicia. Yo no sabía nada, me enteré en la tarde cuando una periodista me lo dijo, mi abogado tampoco estaba presente, esto es algo increíble, pero es la justicia que tenemos. Todo lo que pase de aquí en adelante se lo dejó a Dios. Es muy grande el dolor al tener la certeza de que no volveré a ver sonreír a mi hija y que ese muchacho ya está en la calle. Confió en la justicia divina, pero la de los hombres debió ser más contundente”.

Efrén Quintero, padre de Lisseth

Nelson Castro, como tantos otros asesinos, aseguró que se había vuelto cristiano y que Jesús lo había alejado del Mal. Adoptó la religión evangélica dentro del Centro de Formación Integral, siendo La Biblia su única compañera dentro del reformatorio durante sus años de reclusión. En oportunidades anteriores, aseguró que de conseguir la libertad cambiaría de identidad, pues sería la única forma de no conservar el estigma social que lo perseguiría a todos lados.

Los cristianos que apoyan al asesino

La primera noche en libertad, Nelson y su padre la pasaron conversando. El padre declararía a los medios días después: “Estoy orgulloso del cambio que experimentó mi hijo. Es otra persona, entregada a su misión de ayudar a otros jóvenes que han pasado por situaciones negativas, como la de él y su madre”. Lo primero que hizo Nelson fue ir al cementerio. Allí, escribió en un pedazo de mármol que dejó sobre la tumba donde están los restos de su madre la siguiente frase: “Perdóname. Me arrepiento de todo, mamá. Todo será enmendado con lágrimas de gozo. Tu hijo, Nelson Andrés”.

 La tumba de la madre de Nelson, con el recado manuscrito del matricida

Mientras “Nelsito” escribía, su padre llamó por teléfono al papá de Lisseth. Efrén Quintero le respondió: “Le pido a usted que se cuide. Cuide mucho a ese muchacho y llévelo por el camino del bien. ¡Ojalá y nunca vuelva a pecar!”

Efrén Quintero hablando por teléfono con el padre del asesino de su hija

Nelson siempre le repetía a sus compañeros de prisión, que el mundo conocía el 20% de la historia de cómo y por qué mató a su madre. “El otro 80% lo voy a revelar en mi libro”, afirmaba, mientras presumía de sus asesinatos ante un trabajador del Centro de Diagnóstico y Tratamiento La Cañada I. “Desde hacía mucho tiempo, el muchacho tenía planes de qué iba a ser de su vida cuando saliera del albergue. Tenía contabilizado hasta cuánto tendría que gastar en la edición del libro. Siempre ha sido muy calculador e inteligente”, declaró el trabajador tiempo después. El hombre contó que, en una de esas noches de desvelo en las que Nelson debía ser vigilado, el joven asesino le confesó que tenía guardada una importante cantidad de dólares. “No me dieron la herencia y, aunque soy un chamo, nadie tiene por qué manejar mi dinero. Mi mamá cada vez que viajaba traía dólares y los guardaba. Ese dinero guardado ahora se convirtió en mucho dinero y es mío”.


“A veces, le pedía a su tía que le trajera carne, alguna hamburguesa o un plato que no era servido en el albergue de La Cañada. También hablaba de muchachas y de una novia que tenía antes de matar a su mamá. La única habitación que siempre estaba limpia y ordenada era la de Nelson. Se levantaba a la misma hora, excepto cuando estaba sumido en algún proceso de depresión, era de buen comer y vestía impecable. En su casillero nunca faltaba la gelatina, talco, un buen jabón, su perfume y una crema para el cuerpo. Los primeros meses estuvo muy aislado, no demostraba odio, amor o angustia, pero, con el paso del tiempo, se evidenció su peor temor, que lo tomaran desprevenido y le hicieran daño.


“No hablaba con extraños, no se acercaba a las rejas y cuando hablaba de su vida fuera del albergue hacía mención del miedo que le daba que lo reconocieran en la calle. Siempre fue muy selectivo con la gente que se le acercaba. Era desconfiado y analizaba a todos. Sólo compartía con las personas que, a toda prueba, no representarían ningún peligro para él. Él decía que observando podría descifrar las intenciones de cualquiera que quisiera acercarse por interés o para hacerle algún daño. ‘Nelsito’ no tenía pudor en contar cómo mató a su mamá y a Lisseth. Parecía no sentir remordimiento, pero, de pronto, comentaba que la extrañaba. Recuerdo una vez que detalló que la muerte de la muchacha fue un error. ‘Si no me hubiese tardado tanto lavándome la sangre de mi mamá y la mía, en el baño, Lisseth no hubiese muerto. Llegó cuando salía de bañarme y vio todo’", dijo el informante.


La fiscalía no se conformó con que aquella historia tuviera un final feliz para el asesino. A principios de 2009, el Ministerio Público consideró que el Tribunal de Ejecución no tomó en cuenta elementos fundamentales para que se mantuviera la privación de libertad contra el joven. Entre esas razones se encuentran el no valorar el diagnóstico de ideas paranoides y trastorno disociado severo, no haber verificado la existencia de un apoyo familiar consolidado, no valorar la gravedad del hecho cometido (homicidio calificado contra dos mujeres), ni siquiera haber establecido la prohibición de acercarse al padre de la víctima, quien se ha visto amenazado y abordado por familiares del sancionado, sin siquiera tomar en cuenta esta opinión, por lo que no hubo lo que en derecho se denomina trato igualitario de las partes.


En ese sentido, la Corte de Apelaciones, Sección Adolescentes del estado Zulia, una vez evaluados los argumentos esgrimidos por el Ministerio Público, declaró a lugar la apelación; anuló la decisión del Tribunal de Ejecución; decidió que sea otro Juzgado el que conozca de la revisión de la causa; revocó la libertad asistida a favor del joven y ordenó su reclusión en el centro de formación integral Cañada I en Maracaibo. Como resultado, Nelson Castro tuvo que regresar a prisión, siempre apoyado por los grupos cristianos que incluso llegaron a declarar: “Él debe estar en la calle, porque lo que hizo fue el camino que Dios le puso para que pudiera llegar hasta el Señor. Nelson es un ser de luz. Lo necesitamos afuera de prisión para que siga haciendo el Bien”.