Los Asesinos del Metro de la Ciudad de México

“Oye, chofer, llévame a dónde quieras;
llévame a La Curva o a la Escandón,
llévame a Copilco o a donde sea,
pero no me lleves hacia el Metro Balderas…”

Rockdrigo. "Metro Balderas"

El Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México se inauguró el 4 de septiembre de 1969, tras dos años de construcción. Llegó a ser el metro más moderno y de mayor extensión del mundo, superando a los existentes en Nueva York, Tokio, Buenos Aires, París y Londres. Con el tiempo, se fueron incorporando nuevas líneas que conectaron a la mayor parte de la capital mexicana y a la zona conurbada.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que el Metro se convirtiera en escenario de hechos sangrientos. Lo primero fueron los suicidios; lanzarse a las vías del Metro fue uno de los métodos más socorridos por la gente que deseaba morir. Esto nunca ha cesado; en sus cuarenta años de existencia, han ocurrido más de doscientos suicidios.

Suicida en el Metro
Otra fueron los accidentes. Un trabajador tocó por accidente la línea central y murió electrocutado. Algunas personas que trataban de cruzar de andén a andén a través de las vías corrían igual suerte. Algunos cayeron por accidente al paso del tren. Luego, el 20 de octubre de 1975, ocurrió un choque de trenes en la estación Viaducto: un tren que se encontraba estacionado fue alcanzado por otro en movimiento. El fuerte impacto ocasionó veintisiete muertos y varios heridos.

Mapa de las Líneas del Metro
En consecuencia se implementó un sistema de piloto automático; puestos de mando central; y semáforos para controlar la velocidad y posición de los trenes en todo el sistema. Además, se incluyó en cada tren una caja negra para registrar cualquier incidente.

El Metro de la Ciudad de México ha sufrido de constante vandalismo. Los daños más comunes van desde rayar con piedras los vidrios, hasta pintar el interior de los vagones con aerosoles. Los robos y asaltos han sido constantes, además del acoso sexual al que muchas pasajeras han sido sometidas. Esto causó que durante la década de los noventa, en muchas estaciones se separara a hombres y mujeres para que viajasen en diferentes vagones. El sobrecupo también ha causado innumerables conflictos, sobre todo en las horas pico.

Otra constante fueron las amenazas de bomba, todas falsas, en las cuáles se encontraban paquetes, bolsas o maletas sospechosas, casi siempre llenas de ropa, cables de plástico, periódicos o relojes despertadores. Y, en alguna ocasión, alguien abandonó una bolsa conteniendo un feto en uno de los vagones.

Fue en los ochenta cuando la violencia llegó bajo la forma de un asesino. Durante varias semanas, un hombre que nunca fue identificado, se dedicó a frecuentar los andenes de diferentes estaciones. Se paraba detrás de las personas que se colocaban muy cerca del borde de las vías y, cuando el Metro salía del túnel y entraba a la estación, les daba un fuerte empujón y los arrojaba al paso del tren, que los destrozaba o mutilaba. Después salía caminando tranquilamente y se iba hacia la calle, aprovechando el terror y la confusión reinantes.

Las autoridades aconsejaron que la gente no se colocara cerca de las vías y que esperaran hasta que los vagones estuvieran detenidos, pero pocos hicieron caso. Ese desconocido homicida dejó de actuar cuando se implementó un equipo de vigilancia en las estaciones. Nunca se averiguó su identidad, pero casi una docena de personas murieron a causa suya. Con el tiempo, muchos dijeron que se trataba de una leyenda urbana.
En 1989, un integrante del Grupo Zorros de la Dirección General de Seguridad y Transporte Vial (DGSTV) entró a la Estación Tasqueña. Tomó su arma reglamentaria y comenzó a disparar en el andén, matando a tres personas. Fue detenido casi enseguida.

Metro Tasqueña
El 28 de septiembre de 1995, a las 05:45 horas, el Policía Judicial Ernesto Cruz Jiménez se dirigió a la Estación La Raza. Era víctima de una profunda depresión y había dado signos de inestabilidad emocional. Tras entrar, se encaminó a uno de los andenes. Esperó a que llegara el tren y se subió a uno de los vagones.
Metro La Raza
Una vez que el tren arrancó, sacó su pistola de cargo, una Browning 9 milímetros, y comenzó a dispararle a los demás pasajeros. Siete personas cayeron ante las balas antes de que lo redujeran. Dos murieron y cinco quedaron gravemente lesionadas. A raíz de este incidente, Pedro Peñaloza, entonces presidente de la Comisión de Seguridad Pública de la Asamblea Legislativa, y Oscar Espinosa Villarreal, quien fungía como Jefe del Gobierno de la Ciudad de México, propusieron la instalación de arcos detectores de metales en el Metro.

Ernesto Cruz Jiménez, “El Asesino del Metro La Raza”
En 1997, otro hombre abrió fuego en el Metro Hidalgo. Mató a dos personas antes de ser capturado.

Metro Hidalgo

Para el año 2000, otro extraño asesino comenzó a frecuentar los andenes. Llegaba al Metro Miguel Ángel de Quevedo y arrojaba ácido al rostro de otros pasajeros, para después huir. Atacó tres veces; después desapareció. Una de sus víctimas murió. Ya existía el sistema de cámaras de vigilancia, pero no se logró identificar al agresor.

Metro Miguel Ángel de Quevedo
Las medidas de seguridad no detuvieron a los asesinos. El 3 de abril de 2006, tras robar un automóvil Focus color blanco, el ladrón Miguel Ángel Montoya Cervantes se enfrentó a balazos con policías del Estado de México y el municipio de Ecatepec. El criminal huyó. Condujo el auto robado por la Avenida Central en un intento desesperado por llegar al Distrito Federal y así evadir a los policías.

Metro Ciudad Azteca
En la persecución participaron patrullas, camionetas y ambulancias de los servicios de emergencia. Llegó así hasta la Estación Ciudad Azteca. Durante su huida embistió a un taxi. La balacera recrudeció a la altura de los talleres de la Línea B, donde finalmente lograron capturarlo. Un usuario del Metro que pasaba por allí recibió un balazo y quedó herido. También el criminal sufrió un disparo en el brazo.

Víctimas de ataques en el Metro protestando
El 11 de mayo de 2006, afuera del Metro Balderas, Víctor Manuel Martínez Martínez, Supervisor de la Línea 3 del Metro, esperaba a otra persona en una de las salidas de la estación cuando una bala perdida se incrustó en su espalda. El proyectil era producto de una balacera entre policías judiciales y unos delincuentes a los que perseguían.

Metro Balderas
El 1 de febrero de 2007, en el interior de la Estación Panteones, dos sujetos abordaron a Jesús Edgardo Cañas Rodríguez, de veintinueve años de edad, quien era miembro de la Agencia Federal de Investigación (AFI) para tratar de robarle su Nextel. Los tres acababan de subir a uno de los vagones.


Metro Panteones

El agente respondió sacando su pistola. Comenzó a dispararles a los ladrones. Uno resultó herido en la entrepierna y el otro recibió un balazo en el abdomen, pero logró huir al bajarse en la siguiente estación. El agente fue detenido y juzgado.

El ataque más famoso ocurrió justamente cuando el Metro celebraba sus cuarenta años de existencia, en 2009. Luis Felipe Hernández Castillo nació en Lagos de Moreno, Jalisco, en 1971. Allí estudió la carrera de Médico Veterinario Zootecnista. Con los años, se casó y se convirtió en propietario de un rancho llamado “La Tapona”, donde criaba ganado. “Decía que no se usara pólvora porque dañaba las milpas, que no comiéramos más de lo necesario porque venía una crisis muy fuerte el siguiente año y que cuidáramos a nuestros hijos”, declaró una de las vecinas que conoció a Luis Felipe Hernández Castillo desde que era niño.

A medida que pasaba el tiempo, se transformó en un hombre profundamente religioso. Asiduo lector de La Biblia, también desarrolló una extraña conciencia social; se oponía sistemáticamente a las medidas económicas implementadas por los distintos gobernantes del país. Luego descubrió otra lectura: la de obras nazis. Ya separado de su esposa, la soledad le hizo concebir un extraño plan.

El 9 de septiembre de 2009, José Mar Flores Pereyra alias “Josmar”, un predicador evangélico de cuarenta y cuatro años, de nacionalidad boliviana, secuestró en Cancún, Quintana Roo, un avión de pasajeros de la línea Aeroméxico, al cual obligó a aterrizar en la Ciudad de México para, según él, dar a conocer un mensaje divino. Exigió hablar personalmente con el presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, bajo la amenaza de que, si no lo conseguía, detonaría una bomba que llevaba en el pecho. “¡Somos cuatro los que estamos aquí!”, gritaba, mientras se paseaba por el pasillo del avión con una Biblia en la mano.

José Mar Flores Pereyra “Josmar”, el predicador secuestrador
Un rato después liberó a los pasajeros y se quedó solamente con el equipo de cargo del avión. Tras horas de tensión, agentes especiales lograron someterlo. Descubrieron que la supuesta bomba eran dos latas de jugo marca Jumex, rellenas de tierra, con unos cables rojos y focos de colores. “Josmar” se dedicaba además a grabar discos con canciones cristianas. Al ser interrogado, afirmó ser un enviado de Dios y advirtió que un terremoto pronto destruiría la Ciudad de México, y que 2010 sería el año en que México se colapsaría. El camino para salvarse era la oración. “Los cuatro” a los que se refería en su bravata resultaron ser Dios Padre, Dios Hijo, el Espíritu Santo y él mismo.

Tras ver por televisión la noticia del secuestro del avión y el mensaje de “Josmar”, Luis Felipe Hernández Castillo dejó su propiedad e hizo una maleta. Se dirigió a la Ciudad de México con $5,000.00 pesos. Durante varios días, se dedicó a vagar por las calles de la capital mexicana. En parabuses y cabinas telefónicas, escribía mensajes en contra del gobierno. El viernes 18 de septiembre de 2009, a las 16:30 horas, se puso una camisa roja, salió del hotel donde se hospedaba y se dirigió al Metro. Vagó por los andenes durante un rato. Subió y bajó varias veces de los vagones. En un par de estaciones hizo más pintas. En una de las paredes escribió: “Vamos México con engaños y perjuicios llevan a la nación al ambre” (sic).

Una de las pintas realizadas por Luis Felipe Hernández Castillo en la Ciudad de México
Caminó más de media hora entre las estaciones Hidalgo, Cuauhtémoc y Balderas. A las 17:14 horas llegó a la estación del Metro Balderas. Vio al guardia que cuidaba el andén, pero no le importó: tenía una misión que cumplir.

Isotipo del Metro Balderas
Sacó de su mochila un revólver calibre .38 cargado con seis balas, lo envolvió en un pañuelo blanco y lo sujetó en su mano izquierda. Después comenzó a pintar el muro de la estación. Alcanzó a escribir: “Este gobierno de criminales nos conllev…”

Comienza el ataque en el Metro Balderas: Luis Felipe Hernández Castillo pinta la pared del andén
El agente de la Policía Bancaria e Industrial asignado a aquella estación, Víctor Manuel Miranda Martínez, se le acercó. Le pidió que dejara de rayar la pared. Como respuesta, Luis Felipe Hernández Castillo alzó el arma y le apuntó. El agente no llevaba armas. Sorprendido ante el agresivo acto, el policía le gritó: “¡Tranquilo, qué te pasa!”. Se le acercó para tratar de quitarle el arma, pero fue en vano: Luis Felipe le seguía apuntándole. El agente se dio la vuelta e intentó huir. El asesino le disparó por la espalda, matándolo. El cadáver del policía quedó tendido sobre el andén, mientras le gente miraba la escena sin comprender bien a bien lo que estaba sucediendo.


El policía Víctor Manuel Miranda Martínez es ejecutado por la espalda

En ese momento entró el Metro al andén. Al abrirse uno de los vagones, del interior salió Esteban Robles Barrera, un albañil de cincuenta y ocho años, padre de cinco hijos, quien regresaba de su trabajo acompañado de un amigo. Provenía del Centro Comercial Gran Sur, ubicado en Periférico y Avenida Aztecas, en donde realizaba labores de soldador y laminero.

Esteban Robles Barrera
Sin dudarlo, se lanzó encima de Luis Felipe, pero este lo rechazó a empujones. Luego le dio un tiro. Esteban Robles cayó al piso, herido, pero aún así siguió intentando acercarse al homicida, quien volvió a dispararle.

Esteban Robles sale del vagón y se abalanza sobre el asesino
Otro pasajero, Delfino Aguilar Martínez, de treinta y seis años de edad, empleado del área administrativa de la Subsecretaría de Prevención del Delito y Participación Ciudadana de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, vestido con una camisa azul, se acercó para tratar de ayudar a Esteban, pero recibió un disparo que le perforó la mano y el tórax. Herido y azorado, se dio media vuelta y se alejó caminando, sin mirar atrás.

Delfino Aguilar Martínez se acerca, es baleado y después se retira herido, sin mirar atrás


Esteban volvió a lanzarse sobre el agresor, quien le disparó otra vez. A rastras y con varios disparos en el cuerpo, hizo un esfuerzo final para tomarlo de las piernas y tirarlo. Luis Felipe le apuntó entonces a la cabeza y lo ejecutó.

Esteban Robles Barrera es ejecutado
Muchos pasajeros entraron en pánico y corrieron hacia atrás del vagón, pisoteando a la gente en su atropellada huida. Para entonces, los agentes de policía evacuaban a muchos pasajeros. Otras personas huían del lugar, o entraban y abordaban el tren sin darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. El Metro ya no avanzó; los operarios, que observaban todo lo que ocurría a través de las cámaras de seguridad, impidieron que se moviera.

La policía evacúa a muchos pasajeros
Luis Felipe se metió a uno de los vagones. La gente que observaba todo, aterrada, lo miraba. “¡No se asusten, no tienen nada que temer de mí!”, les dijo. Luego comenzó a hablarles de Cristo, de las enseñanzas de Jesús, de profecías bíblicas y de los desastres que pronto ocurrirían en la Ciudad de México.

Luis Felipe Hernández Castillo recarga su arma y se atrinchera en un vagón
También habló contra el gobierno, defendió al pueblo que “se moría de hambre” y afirmó que él era un Enviado de Dios. De acuerdo con el testimonio de uno de los testigos, Gabriel Sánchez, el solitario asesino expresó que todo “era en el nombre de Dios, que el gobierno te mata de hambre y que nos pusiéramos a rezar. Comenzó a decirnos que no nos asustáramos”.

El caos en la calle

En la calle, la gente estaba histérica; docenas de curiosos impedían el paso adecuado de los servicios de emergencia y todos intentaban vislumbrar lo que ocurría en el interior.


Muchos curiosos rodearon la entrada al Metro Balderas, asomándose por encima de las bardas, mientras adentro la tensión crecía.

La gente rodea el Metro Balderas

Luis Felipe salió del vagón a recoger su mochila, que se había quedado tirada en el piso. Volvió a meterse. Tomó más balas, recargó su arma y se dedicó a esperar.

No tuvo que hacerlo durante mucho tiempo. Atrincherado, Luis Felipe se dio cuenta de la llegada de los agentes especiales. Los recibió a balazos. Ellos contestaron igual. Esperaron a que se le acabaran las balas y en ese momento, uno de los agentes se abalanzó hacia el vagón. Le disparó a Luis Felipe Hernández Castillo en el hombro y junto con otros agentes lograron someterlo.

Los agentes ingresan al andén
El comandante Juan Manuel Velázquez López y el agente Rogelio Rodríguez Hernández fueron quienes enfrentaron al asesino, mientras le gritaban: “¡Tira el arma! ¡Tira el arma!”

“El Asesino del Metro Balderas” es sometido por la policía
En el ataque resultaron heridas siete personas, una de ellas de gravedad. Dos murieron. El video de seguridad con las escenas del ataque dio la vuelta al mundo.

Los heridos






Lo trasladaron al Hospital Rubén Leñero. Una vez que se recuperó, lo llevaron a la Agencia Central del Ministerio Público.

El arresto de “El Asesino del Metro Balderas”


La Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal anunció que se reforzaría la vigilancia con más de mil policías en la red del Sistema de Transporte Colectivo y que realizarían revisiones aleatorias a pasajeros con detectores de metal.

La escena del crimen

Marcelo Ebrard, el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, pidió comprensión a los usuarios y precisó que las medidas de seguridad adicionales correspondían a los protocolos que se aplicaban en los metros de Nueva York, Tokio y Londres.

Las nuevas medidas de seguridad


El funeral de Víctor Manuel Miranda Martínez, el policía muerto, tuvo guardias de honor, quinientos policías vestidos de gala rodeando su féretro, presencia de los medios de comunicación, una bandera sobre el ataúd, sirenas de patrullas, discursos de políticos y una lluvia de pétalos de rosa lanzados desde un helicóptero. También la promesa de apoyos vitalicios para la familia.

El funeral del policía Víctor Manuel Miranda Martínez


El funeral de Esteban Robles Barrera, el albañil que intentó desarmar al asesino contó con la presencia de los familiares y su fotografía colocada sobre la caja de su féretro de madera. Días después del sepelio, el Gobierno decidió apoyar a la familia del albañil de igual manera que a la del policía.

El funeral de Esteban Robles Barrera
El impacto que ocasionó Luis Felipe Hernández Castillo a nivel nacional, cimbró a los miembros de su familia. Uno de sus tíos sufrió un infarto y murió al enterarse; y su primo Ambelio Reyes Hernández, de cuarenta y dos años de edad, avergonzado, se suicidó arrojándose al paso de un tren.

El traslado del homicida al Reclusorio Oriente
Luis Felipe Hernández Castillo quedó vigilado permanentemente en el Reclusorio Oriente mediante cámaras de circuito cerrado. Le asignaron un guardia de vista. No podía comer con los otros internos y un custodio lo vigiló permanentemente, reportando cada hora su estado de salud, así como otros pormenores.


Desfile de trabajadores del Metro con un crespón de luto
“El Asesino del Metro Balderas”, como lo bautizaron los medios, declaró haber encontrado en La Biblia la motivación para convertirse en asesino. Algo similar a la mentalidad del predicador y aerosecuestrador “Josmar”.

Tras las rejas
Miguel Ángel Mancera, el Procurador de Justicia del Distrito Federal, dio a conocer las declaraciones del homicida.

Mapa del crimen
Ante los medios, el Procurador afirmó: “Se refiere al deterioro del planeta, habla de los peligros de la hambruna y cuestiones que pueden afectar a toda la humanidad. Se erige en un momento como un mensajero, como alguien que tiene que difundir esto a toda la población”.

Al cuestionarlo sobre el motivo que lo llevó a disparar, el homicida respondió: "Es cuestión de justicia".

Los titulares

Los criminales que han asolado el Metro de la Ciudad de México, así como el extraño submundo que este sistema de transporte representa, han inspirado canciones y video clips como “Metro Balderas” de Rockdrigo González, reinterpretada por El Tri y el grupo argentino Enanitos Verdes.

Rockdrigo González, autor de la canción “Metro Balderas”
Otra fue “Camino a ninguna parte”, de Los Estrambóticos, de la cual se filmó un bizarro video clip. También El héroe, un cortometraje de Carlos Carrera premiado en Cannes.

La taquería “Metro Balderas”, bautizada en honor a la estación