Maldición

Son actos o consecuencias, habiendo manifestando juicio, rechazo o repugnancia, y muy particularmente deseo de que le venga algún daño, que se dirige contra alguien o contra algo.

Las maldiciones tienen un papel destacado en la Historia de la humanidad, en la religión y las creencias populares de muchos pueblos (supersticiones), así como en sus mitos y leyendas.

Las maldiciones en la religión cristiana son Consecuencias de la desobediencia a Dios. Deuteronomio 28:15 (Lv. 26.14-46) Reina-Valera. 15 Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Yahveh tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos = Estatuto que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán. Como ejemplo: Zacarías (profeta) 5:3 (Reina-Valera 1960). 3 Entonces me dijo: Esta es la maldición que sale sobre la faz de toda la Tierra; porque todo aquel que hurta = Hurto (como está de un lado del rollo) será destruido; y todo aquel que jura falsamente = Juramento (como está del otro lado del rollo) será destruido.

Las maldiciones tienen un papel destacado en las creencias populares de muchos pueblos (supersticiones), así como en sus mitos y leyendas. Por ejemplo, en el folclore hispánico se cree que la sirena era una muchacha hermosa a la que le gustaba mucho bañarse. Un día su madre la maldijo por ello, diciendo que, ya que le gustaba tanto el agua, ojalá nunca saliera de ella —y así fue.

Según estas creencias, en ocasiones familias enteras son víctima de una maldición, cuyas consecuencias alcanzan a todos los descendientes de la persona maldita. Así, en la mitología griega, todo el linaje de Atreo y Edipo es víctima del destino adverso de estos personajes.

Con frecuencia se atribuye una capacidad especial para arrojar maldiciones a colectivos marginados, como los gitanos en España, cuyas maldiciones gitanas causaban pavor.

Objetos malditos

El poder de la maldición se extiende en ocasiones a determinados objetos. Así, el poeta griego Nikos Kavvadías cuenta en uno de sus poemas más conocidos la historia de un cuchillo maldito: todos los que lo compraban acababan utilizándolo para matar a una persona querida. El vudú afroamericano afirma que es posible dañar a una persona colocando en su camino ciertos objetos malditos, que se activarán cuando la víctima camine sobre ellos.

Según la creencia popular, las maldiciones pueden también afectar a edificios (por lo que se habla de casas encantadas, embrujadas o malditas).

Maldiciones en la Antigua Grecia y Roma

Las maldiciones en Grecia y Roma eran un tanto formales y oficiales. Llamadas katadesmoi («ataduras») por los griegos y tabulae defixiones por los romanos, eran escritas en tablillas de plomo u otros materiales. Generalmente, invocaban la ayuda de un espíritu (una deidad, un demonio o uno de los muertos) para cumplir con su objetivo, y eran colocadas en algún lugar considerado eficaz para su activación, como en una tumba, cementerio, pozo o manantial sagrado.

En el texto de la maldición, el peticionario expresaba su deseo de que el enemigo sufriese daño de alguna forma específica. Con frecuencia se añadía la falta que había cometido la persona maldita: un robo, una infidelidad, no haber correspondido al amor del maledicente, haberle faltado al respeto, haberle robado el amor de su vida, etc.

Los romanos, etruscos y griegos practicaban con frecuencia este tipo de maldiciones. Los griegos tenían en la edad heroica unos sacerdotes especiales llamados areteos o sea maldecidores.

Conservamos un corpus importante de este tipo de textos, que nos permite saber cómo lo hacían. Abundan en la Ilíada estas imprecaciones, como la de Crises contra Agamenón y los griegos en el canto I. También abundan en las tragedias de Sófocles. Cuando Alcibíades fue desterrado después de la mutilación de Hermes, todos los sacerdotes del Ática excepto uno lanzaron contra él las más terribles imprecaciones.

Historias Escalofriantes

Doña Francisca la embrujada (Sucedió en la hoy calle de Venustiano Carranza)

Que nadie ose negar la existencia de poderes diabólicos y sobrenaturales, que se sustentan del alma y cuerpo humanos, la maldad y hechicería, son hijas del demonio y las sombras de la noche…
Si, este suceso ocurrido en el siglo XVI, aquí en nuestra capital, nos habla de un caso de hechizo diabólico y perverso; se que algunos de los lectores dudarán de éstos poderes, sin embargo, sépase que en México y en otros países, aún sigue practicándose la hechicería.
Retrocedamos al año 1554, a plena mitad del siglo XVI y veamos en una visión retrospectiva, esta casona y esta calle que llamóse de la Cadena; gobernaba en ese siglo el virrey Don Luis de Velasco I, y ésta casa tenía el número siete, de la que hoy es Venustiano Carranza. Habitaba la casa en cuestión, Doña Felipa Palomares de Heredia, rica viuda de uno de los conquistadores, de quien fuera heredera; pero si Felipa había heredado nombre y fortuna del esposo, también habíale quedado un hijo joven y apuesto, llamado Domingo de Heredia y Palomares, criado con lujo desmedido y cuidados extremos, érase este joven Domingo la adoración y consuelo de la madre, y llevada de su amor maternal, lo cuidaba y mimaba con exceso y siempre le recordaba que ya estaba en edad casadera, que encontrara a una chica que le gustara, que tuviera alcurnia y abolengo, claro, la madre tenía que aprobar a la muchacha.
El joven deseaba en verdad esposa y buscaba con ansias entre las chicas una de la Nueva España; solía reunirse con otros jóvenes también deseosos de casorio y escogían así a las mejores muchachas. Durante varios meses buscó a la chica que le gustase y fuese un buen partido del agrado de la madre, sin hallarla; pero al fin cierta tarde, vio acercarse al templo a una hermosa chiquilla, cuyo nombre y cuna desconocía, sin embargo era de una belleza virginal, que hizo dar vuelcos al corazón del joven Domingo; llena de misticismo y de candor, pasó junto al joven, el cuál lanzó un hondo suspiro. Ella entró a la iglesia y mientras oraba con fervor, el chico la miraba cada vez más cautivado por esa angelical figura; al terminar de orar, ella se acercó a la pila de agua bendita y el le ofreció sus dedos húmedos, emocionado, después, como era la costumbre en ese siglo, el la siguió a prudente distancia, para saber donde vivía, la chica, que al parecer se dio cuenta de que la seguían, no trató de apresurar el paso; entonces ella llegó ante una casa de mediana fábrica, allá por entonces calle Cerrada de Nacatitlán (hoy Novena de Cinco de Febrero); ella sin embrago, volvió sus glaucos ojos hacia el joven y le clavó una mirada que llevaba toda la ternura del mundo.
A partir de entonces, Domingo de Heredia y Palomares, acompañado de un juglar y amigos, comenzó el asedio de la chica, llamada Doña Francisca de Bañuelos y era hija única de padres humildes; al fin una noche escapó entre barrotes y tiestos florecidos una mano trémula que recibió ardiente beso de amor, y noches después, entre suspiros y perfumes de jazmines, unos labios musitaron la declaración de amor.
Más la Colonia era chica y pronto dos lenguas oficiosas fueron con la noticia de estos amores a la madre de Domingo, lo que le contaron a la mujer no le agradó en absoluto, pero más tardaron en marcharse las dos damas informantes, que Doña Felipa en salir rumbo a la casa de Francisca, acto seguido, su mano firme, cruel, golpeó contra el zaguán el pesado aldabón, había en sus golpes furia y decisión; fue las misma muchacha la que abrió el zaguán, su sorpresa no tuvo límites, pues conocía ya a la furiosas dama; la joven invitó a pasar a la mujer a su casa, como la noto indecisa le repitió la invitación, entonces empezó a hablar, comunicándole no volviera a ver a Domingo, pues ella era una plebeya sin nombre ni fortuna y que su hijo la iba obedecer sin reclamos; en ese momento apreció el joven y ante el asombro de Felipa que jamás había visto a su hijo en tal actitud, el joven defendió su amor y autonomía; furiosa la madre se fue, mientras los dos jóvenes ratificaban su amor y sus deseos de casarse. Pero cuanto más mostraba su decisión por casarse con Francisca, Doña Felipa sufría más y más, llenando su dolor con lágrimas amargas; en su loca desesperación por evitar la boda de su hijo, Doña Felipa supo la existencia de una bruja tan poderosa como temida y fue a verla, ansiosa por lograr por medio de siniestros maleficios, el alejamiento de los enamorados, se apresuró a buscar a la bruja en su jacal, la hechicera la recibió como si supiera a que iba la dama, ésta le explicó su caso a aquella mujer, la segunda le prometió para tenerle la solución para el jueves y la angustiada Felipa le pagaría con largueza.
Esa misma noche, Domingo y su madre tuvieron otra discusión, con respecto a la decisión de el de casarse con Francisca, pidiéndole aguardar hasta el viernes.
La noche del jueves Doña Felipa fue en busca de la bruja, que le reveló un plan siniestro y de venganza, el cual consistía en que ambos jóvenes se casaran y después darle un diabólico presente a Francisca, que la iría matando poco a poco. ¿Quieres saber que es? Entonces, sigue leyendo.
Aún sin salir de su incredulidad los jóvenes estos se casaron y fueron recibidos muy bien por Doña Felipa; pronto se dieron cuenta de que si la chica no era de linaje, su belleza y dones espirituales sobrepasaban cualquier deseo. A esas mismas horas en la laguna de Macuitlapilco, la bruja celebrará un diabólico rito con un ánade (una especie de patito); y la bruja degolló más patos, hasta contar siete y con su sangre se embijó el rostro mientras continuaba su invocación a Satanás. Tres días después, cuando todo era dicha y felicidad entre los recién casados, se presentó muy amable Doña Felipa, la cuál le dio aquel presente a Felipa, que era un cojín de plumas muy bonito, relleno de aquellas plumas de pato embrujadas; desde esa noche, el cojín de terciopelo fue la almohada donde reposaba su cabeza la ingenua Francisca, pero he aquí que desde le día siguiente, la joven se levantó de la cama con un extraño malestar: dolo de cabeza, mareos. En efecto, corrieron ante Doña Felipa, a quien le contaron el extraño malestar con que había amanecido la hermosa recién casada; pero ni cuidados ni descansos fueron suficientes, día con día se sentía Francisca desmejorada y pálida, de fresca y lozana habíase tornado paliducha y débil y su alegría había desaparecido para dar paso a una honda tristeza; pero a medida que pasaron los días, la muchacha se sentía peor, ya su rostro desencajado era cadavérico, Y Domingo viendo el estado de su esposa llamó al médico, que desde luego examinó a la enferma, para rendir un diagnóstico, que no fue nada bueno, pues la pobre mujer presentaba el aspecto de los presos de las galeras y mazmorras. Los temores de Francisca no fueron infundados, antes de deis meses había muerto víctima de aquel extraño mal; una vez enterrada Domingo se encerró en su alcoba durante días y días, apenas si comía lo que tomaba de la cocina por las noches y se negó por mucho tiempo a dejar entrar a su ,madre que fingidamente trataba de consolarle, sin embargo su desgracia del joven por las noches le pesaba enormemente regando el lecho de su amado con su llano; e hizo entonces un santuario en su alcoba y besó los lugares que ella tocaba y durmió sobre su cojín de terciopelo rojo.
Al fin, una de esas noches Domingo se despertó sobresaltado, al sentir la presencia de algo sobrenatural junto a su lecho; surgió entonces de entre las sombras dela alcoba, la visión más horrenda que pudieran contemplar ojos humanos: era Doña Francisca descarnada, que había venido de ultratumba a advertirle del cojín embrujado, el cuál provocó su muerte, chupándole la sangre poco a poco, hasta llevarla a la tumba, y que las autoras del crimen habían sido su madre y la bruja.
Antes de que el horrible fantasma se diluyera entre las sombras, Domingo le hizo un juramento, que era vengar su muerte; entonces, el muchacho salió a hurtadillas de la casa y se dirigió a hacer la denuncia ante el Santo Oficio, que esa misma tarde se presentó a la casa; de un tajo fue roto el cojín de terciopelo rojo, cayendo al suelo extrañas plumas de ánade, lo espantoso fue que, a la hora de oprimir el cañón de las plumas, se escapó un líquido rojo, que era sangre humana, de aquella victima, Francisca de Bañuelos. Y al ver las plumas caídas en el suelo, se comprobó que se movían como sierpes (víboras), como impulsadas por una satánica fuerza, furioso, piso aquellas plumas Domingo, hasta que la sangre que contenían formó extenso charco. Tratando de hallar piedad en su acto criminal, Doña Felipa cayó de rodillas ante el fraile.
Sometida a torturas crueles, Doña reveló el sitio donde se hallaba la bruja, de allí la sacó el Santo Oficio; cabe decir que, aunque establecido el Tribunal de la Fe, hasta 1571, los castigos contra brujas y herejía se practicaban ya en Nueva España, y que estos juicios se celebraban en forma rápida y expedita; los acusados eran encarcelados tras el juicio y después conducidos a la horca ó la quema. En un juicio sumario, se condenó a ambas mujeres a morir quemadas en la entonces Plaza de Santo Domingo; Doña Felipa de Heredia y la bruja, cuyo nombre real jamás se supo, fueron atadas a los postes, y según rezaba la sentencia, fueron quemadas en leña verde, para después esparcir sus cenizas a los vientos diabólicos de la noche.
Durante algunos mese Domingo de Hurtado y Palomares se encerró en su casona rumiando su tristeza, tal vez su arrepentimiento; la gente y el mismo se señalaba como el delator de su madre y el responsable de su horrible y vergonzante muerte.
No volvió a saberse nada sobre Domingo, aunque algunos aseguran se marchó a España, llevándose consigo pena y fortuna.
¿Y después de leído este verídico suceso, aún hay quien dude que la brujería existe y perdure hasta nuestros días? No lo duden más y mientras lo piensan, yo les prepararé otra historia macabra y real como ésta. Nos vemos la próxima semana.