La leyenda de El Dorado

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La leyenda de “El Dorado” nace durante los tiempos de la Conquista de América.
Las nuevas tierras, las fortunas halladas y los misterios de un continente desconocido aumentaban las fantasías de los conquistadores por encontrar el tesoro más grande que hayan podido ver en sus vidas.

Detrás de Colón, vinieron al continente americano centenares y miles de aventureros y guerreros, que a fuerza de sangre, caballo y espada iniciaron el saqueo más grande de un continente que la Historia recuerde.

Cortéz, en el norte, conquistó a los Aztecas, esclavizando a su gente y robando sus tesoros. Pizarro, en el sur, sometió a los Incas, esclavizando a su gente y robando sus tesoros. Por toda América los conquistadores andaban en busca de riquezas. Miles de toneladas de oro y plata que viajaron en galeones a España, Portugal e Inglaterra para enriquecer al viejo continente.

 

En plena fiebre de conquista, las historias circulaban entre los soldados europeos. Eran historias alimentadas por la codicia que despertaban las joyas, las piedras preciosas y la imaginación sedienta de más.

La leyenda nació y circuló de boca en boca. Una versiones decían que en una tribu oculta en medio de la selva, los nativos solían enterrar a sus muertos en una laguna (se hablaba de la laguna de Guatavita, en Colombia). Para esto cargaban en una canoa el cuerpo del difunto junto con una gran cantidad de joyas, y tesoros. Y luego esta canoa era hundida, y las riquezas se iban al fondo del lago, junto con los muertos.

También se contaba que en ese mismo lago, una vez al año, se ofrecían sacrificios a los dioses en los que se reunía un inmenso tesoro que era llevado al centro de lago por el sacerdote de la tribu, que iba desnudo y que sólo estaba cubierto por una capa de polvo de oro. Era este “hombre dorado” el encargado de arrojar el tesoro al agua.

En ese lago estaban sepultados los más grandes tesoros que el hombre podía imaginar. (Como si fuera la cueva de Ali Baba, pero bajo las aguas).

Las versiones hablaban también que la ciudad resplandecía porque estaba hecha íntegramente de oro y plata. Con sus calles pavimentadas de oro y sus edificios tan dorados que hasta resplandecían de noche. Versiones que eran alimentadas por la inercia del cuentista de hacer cada vez más asombrosa la historia.

La leyenda de “El Dorado” fue tomada como cierta por muchos conquistadores que emprendieron su búsqueda por distintos rumbos, según sus propias ideas y que se adentraban en la selva. Muchos de ellos para no volver nunca más. Algunos pocos para volver agotados, enfermos, locos y con las manos vacías. Ninguno para llegar hasta la ciudad.